EL ESPÍRITU DEL TAROT
Es la Venus Urania de los griegos, la Virgen de los cristianos, la Pistis Sophia de los gnósticos.
Todo en su figura, comenzando por las alas, símbolo del Aire por tanto del plano mental, alude a la agilidad del intelecto y a la versatilidad de las ideas.
Y precisamente gracias a esta superioridad intelectual, simbolizada por la corona y el cetro, emblemas imperiales de mando, la Emperatriz se eleva por encima del mundo objetivo, hasta la esfera inmóvil de la perfección, donde residen los modelos platónicos de la realidad, los arquetipos, las ideas primordiales desde siempre compañeras del hombre.
Sonriente pero modesta, consciente de su fuerza interior, concentra en el azul de escudo toda la serenidad que la invada.
Domina con una autoridad sin esfuerzo, con un poder que no le viene del exterior sino de la perfección del conocimiento alcanzado.
Parecen probarlo también las doce gemas engarzadas en la corona -sólo cuatro de ellas visibles-, que simbolizan los doce signos zodiacales, todo el ciclo de las experiencias del alma.
Como en el caso de la Papisa, también su condición de mujer, su energía yin, receptiva, femenina, nos habla de fecundidad.
No obstante, no se trata tanto de la fecundidad física y espiritual de la mujer madre, iniciada en los misterios femeninos del sexo y del embarazo, como de la fecundidad intelectual de la virgen, que encierra todo en sí misma, como fermento, aún en espera de realización.
Así pues, la Emperatriz representa la chispa mental, la creación en la fase de proyecto, que precede siempre a la práctica.
No es casual que en el alfabeto hebreo esté vinculada a la letra GUIMEL y en el árbol sefirótico a BINAH, el centro energético de la inteligencia creadora.
Laura Tuan
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