LA ESTRELLALa muchacha aquí representada, de rostro dulce y bello, vierte en un estanque el contenido ardiente de dos pequeñas ánforas, de colores rojo y oro, que da nueva vida al agua pútrida.
Son numerosas las divinidades femeninas y maternas vinculadas al agua, entre las que se contarían la diosa acuática Anahita, Venus, emergente de las olas, y Matrimah, madre de todas las criaturas.
Lucifer, el portador de luz, también llamado “estrella de la mañana”, es el gran astro que domina la escena, como símbolo de la luminosidad que guía al hombre perdido en el desierto de la materia.
Este formado por ocho rayos rojos (el espíritu) que cortan otros ocho dorados (la perfección), mientras que otras siete estrellas más pequeñas, tal vez una alusión a la Osa Mayor o a las Pléyades, le sirven de corona.
Ocho estrellas, por tanto, porque el ocho es el número del infinito, del orden cósmico y de la justicia.
Es de destacar la posición arrodillada de la figura femenina que recuerda la postura del caballero medieval en el acto de la investidura.
Así es, como el caballero recibe de arriba una función y un nuevo estado, la muchacha arrodillada, y con ella las plantas representadas al fondo, las aguas, la naturaleza entera, reciben y sufre la influencia de las estrellas; tanto en la tierra como en el cielo, sentencias las tablas esmeraldinas de Hermes Trimegisto.
El movimiento de los astros determina o al menos señala los acontecimientos, las acciones y la suerte de los hombres.
Corresponde a la letra (pe) del alfabeto hebreo.
Laura Tuan
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