El Diablo, príncipe de la materia, está
representado bajo el terrorífico aspecto del Baphomet templario: cabeza y patas
de cabra, ijares velludos, senos femeninos.
En sus colores, el amarillo de las patas, el azul
de los ijares, el rojo del pecho y el blanco de la cabeza, aluden a los cuatro
elementos que constituyen el cosmos.
Tierra, Agua, Aire y Fuego, y a sus espíritus elementales:
fuerzas preciosas, de amplio alcance, pero no siempre fáciles de controlar y
someter.
Lo sostienen dos personajes, de distinta polaridad,
uno yin y el otro yang, semihumanos como él, encadenados al pedestal desde la
cima del cual él parece dominar, sonriendo triunfante, a hombres y a
acontecimientos. Son las pasiones que aprisionan al hombre, reduciéndolo casi
al animal.
El Diablo es el arcano de la atadura, de las
cadenas sofocantes, que deben romperse con un supremo acto de coraje y una
voluntad firme, capaz de actuar en el instinto.
En efecto, el cosmos también el desorden está
limitado por el orden y a este debe subordinarse.
El decimoquinto arcano se relaciona con la letra
hebrea samech, en la que algunos estudiosos reconocen la forma utilizada
por el Ouroboros, la serpiente que se muerde la cola, símbolo del eterno
devenir, en los ciclos alternados de muerte-renacimiento.
En la misma óptica iniciática, al espectro cornudo
le corresponden las antiguas divinidades paganas, endemoniadas, para vencerlas,
por la cultura cristiana dominante.
En el caso del dios cornudo de los celtas, Cerumno,
del griego Tifón, así como de Zervan, el genio del mal en la religión mitraica,
el cual, sorprendentemente, además de los cuernos tiene un rostro de león
dibujado en el pecho, idéntico al que lleva el Diablo en el arcano.
La connotación frecuentemente negativa del arcano, menos
drástica invertido que derecho, proviene de la mentalidad sexófoba de la época
que lo generó.
En efecto, la carta se relaciona con todos aquellos
elementos vividos hoy con cierta libertad, como la sexualidad, la ambición y el
deseo de poder.
Aunque desde un punto de vista patriarcal, el
arcano -menos radical invertido que derecho porque la inversión atenúa sus
negativos significados- demuestra que el diablo no es tan negativo como parece.
En efecto, es la carta de la energía psíquica, del
magnetismo, de los poderes mágicos e hipnóticos, que permiten influir en los
demás y vencer al destino.
El consultante explota en su beneficio la atracción
que es consciente de ejercer en los más débiles, sacando de las fuerzas oscuras
de la psique la elocuencia y el carisma, así como los poderes telepáticos y
ocultos.
El maligno es el símbolo de lo malvado.
Vístase de gran señor o gesticule sobre los
capiteles de las catedrales, tenga cabeza de boque o de camello, los pies
ahorquillados, cuernos, pelo por todo el cuerpo, poco importan las figuras, el no
anda escaso nunca de apariencias, pero es siempre el Tentador y el Verdugo.
Su reducción a la forma de una bestia manifiesta
simbólicamente la caída del espíritu.
El cometido del diablo se limita a desposeer al
hombre de la gracia de Dios para someterlo a su propio dominio.
Es el ángel caído con las alas cortadas, que quiere
romper las alas de todo creador.
Es la síntesis de las fuerzas desintegrantes
de la personalidad.
El papel de Cristo, al contrario, es el de arrancar
al género humano del poder del diablo por el misterio de la cruz.
La cruz de Cristo libera a los hombres, es decir
vuelve a poner entre sus manos, con la gracia de Dios, la libre disposición de
sí mismo, arrebatada por la tiranía diabólica.
Arcano decimoquinto del Tarot.
Aparece como Baphomet de los templarios, macho
cabrío en la cabeza y las patas, mujer en los senos y brazos.
Como la esfinge griega, integra los 4 elementos: sus
piernas negras corresponden a la tierra y a los espíritus de las profundidades;
las escamas verdes de sus flancos aluden al agua, a las ondinas, a la
disolución; sus alas azules aluden a los silfos, pero también a los murciélagos
por su forma membranosa; la cabeza roja se relaciona con el fuego y las
salamandras.
El diablo persigue como finalidad la
regresión o el estancamiento en lo fragmentado inferior, diverso y discontinuo.
Se relaciona este arcano con el isntinto, el
deseo en todas sus formas pasionales, las artes mágicas, el desorden y la perversión.
Entonces, con la complicidad de lo sobrenatural,
todo parece hacerse posible: acontecimientos inesperados y misteriosos, bruscos
cambios de la situación, imprevistos que atrapar al vuelo.
Aunque las fuerzas del adversario parezcan
conspirar contra los proyectos, cuanto más se atreva y más fuerte sea el
riesgo, mejor irán las cosas.
En efecto, cuando el Diablo sale en el juego, no es
momento de extenderse en valoraciones de tipo moral.
Un brillante éxito, una meta irreversible, de la
que incluso el consultante podría incluso arrepentirse en el futuro, podrá ser
aferrado incluso con métodos no demasiado ortodoxos, con la condición de que un
fortísimo deseo, largamente cultivado, y una voluntad de hierro actúen como
propulsores.
Se tratará en cualquier caso de un momento
verdaderamente importante en la vida, vivido con gran participación, pasion y
auténticos golpes de genio.
Ello le permitirá vencer obstáculos considerados
invencibles que se han vuelto sofocantes.
El arma vencedora es la temeridad, la audacia, el
gusto por desafiar el destino y el desprecio del peligro, siempre presente en
este arcano.
Invertido
La situación actual, cargada de negatividad,
peligros y cambios ajenos a la voluntad del consultante, tiene sus raíces en
decisiones y actitudes del pasado.
También en este caso, el mal actúa de dos maneras
distintas. Por defecto, nos encontramos con debilidad, carencias energéticas,
inconstancia, discontinuidad, pereza, dependencia de los demás, miedo a las
responsabilidades y a lo desconocido.
Mientras que por exceso tenemos una acumulación de
fuerzas demasiado potentes para no ser destructivas.
Es el triunfo del mal, la fatalidad domina los
acontecimientos y trastorna, como un río cuando crece, la existencia hasta
ahora tranquila del consultante.
Anuncia perturbaciones, devastaciones, una
auténtica inversión de la situación, excesos, desequilibrios, absoluta falta de
reglas, sobre todo en el campo sexual, donde reina la perversión.
Grandes obstáculos obstruyen el camino en un
periodo particularmente negro, lleno de desgracias, peligros y complicaciones
de todo tipo.
Malas acciones, influencias negativas ejercidas en
los demás, abuso de confianza y de poder, fraudes, daños, intrigas, mentiras en
perjuicio de los más débiles y desprovistos.
El consultante, carente de principios y presa de la
ambición, del egoísmo y de la codicia, no siente escrúpulos al sostener sus
propios intereses contra todos, con espíritu tiránico y soberbio.
A la orden del día están, en este caso, las
contradicciones, las tensiones, las disputas y las venganzas llevadas a cabo
con furor destructivo.
Sin embargo, la mayoría de las veces este instinto
de destrucción se dirige únicamente contra uno mismo, por rebeldía, masoquismo
e instancias auto punitivas.
Entonces el consultante o la persona para la cual
se hace el juego cae presa de vicios y tentaciones peligrosas -los juegos de
azar, el alcohol, la droga- que son causa de ruina.
No debe subestimarse el riesgo de caídas fisicas y
morales, traumas, represión, regresión psíquica, involución del destino.
Un error irreversible, un paso en falso del que
inevitablemente deberemos arrepentirnos.
Y, además, dada la falta de control de las energías
mentales, hay una tendencia a las prácticas de magia negra, la brujería y las
maldiciones.
En el plano social, el arcano del Diablo,
corresponde a la rebelión, a la insurrección, a la lucha abierta y fanática, a
los atentados terroristas, a los enfrentamientos armados; o en el sentido
opuesto, a la subordinación a un tirano, a la explotación, a las persecuciones
masivas.
Y también se asocia con la contaminación, los
venenos, los contagios y los virus.