Autor: Eleuzel
PARTE V I
En el preciso momento, en que el sol emergía en el horizonte del mar azlante, el escriba supremo abandonó el templo y descendió al valle sin equipaje alguno, sin las insignias de su rango.
Un nuevo discípulo había ascendido con éxito los primeros peldaños de la iniciación y quedaba encomendado a su guía.
El discípulo, se llamaba Eleuzel de Delphos y su origen se remontaba también a la época milenaria de los hombres-pájaro, los hombres-ele, los hombres-libres que habiendo descendido al planeta del maya se habían prendado de las hijas de los hombres y cohabitado con ellas.
LOS AMANTES (LOS DOS CAMINOS)
En el día quinto, el discípulo, había acumulado suficiente sabiduría para discernir entre las distintas formas de poder y ejercerlo ante la admiración de sus semejantes.
Ya conocía el árbol de la vida y había probado sus frutos, también sabía distinguir entre los demás árboles el del conocimiento y había olido sus doce flores.
Era el tiempo en que había sentido la presencia de la serpiente antigua enroscada en el tronco del árbol de la vida y tanto le había costado vencer.
En lo alto brillaba el sol que todo lo fecunda, lo miró y fue deslumbrado.
En la visión pudo distinguir al mismo tiempo la luna avanzando.
En el mismo camino frente a sí, distinguió un hombre joven ataviado con los atributos de un príncipe.
Al caer la tarde, le salieron al encuentro dos princesas bellamente engalanadas.
A su lado derecho, se colocó la mujer vestida de blanco con una sobretoga azul y coronada por la cobra de la sabiduría.
A su lado izquierdo, se situó la mujer vestida de negro que se ataviaba con un collar de oro y dejaba al descubierto sus senos y también coronaba su cabeza la cobra de la sabiduría.
Cada una de ellas se separó más adelante y tomó un camino divergente.
Sobre el príncipe estaba el disco solar de 29 rayos, 14 menores y 14 mayores más uno y en su centro se dibujó Lucifer disparando un arco en dirección a su cabeza.
Entonces el discípulo supo que el príncipe era él mismo y que debía elegir entre dos caminos.
Paró sus sensaciones hasta la caída del sol y cuando vio dibujarse en el cielo los signos de Venus y Tauro supo que debía elegir según la ley, armonizando las dos serpientes y evitando el punto sin retorno en el camino del conocimiento.
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